En el centenario del autor de “La vida breve”
Cuando sí importe Onetti
Si seguiría vivo, este primero de julio, cumpliría cien años, pero por desgracia no es así; el escritor uruguayo Juan Carlos Onetti vivió hasta los ochenta y cinco años, suficiente para dejar una obra fecunda, que abrió la brecha hacía la modernidad a nuestras letras latinoamericanas; “El pozo”, “Juntacadáveres”, “El Astillero”, son algunas de sus obras que dejaron huella en su generación y siguen siendo leídos con el mismo fervor de antes.
Para Mario Vargas Llosa, Onetti es el “primer novelista de lengua española moderno” y para Emir Rodríguez Monegal “marca el acceso de toda una nueva promoción narrativa a las letras hispanoamericanas”. Él es, Juan Carlos Onetti, un escritor de culto, alumno aplicado de Faulkner, parricida por excelencia, se autoexilió a España, como un elefante que sabía que iba a morir, sin embargo al final de su vida pudo conocer la gloria, al concedérsele el anhelado premio Cervantes en 1980.
Existen muchas formas de abordar la vida de un escritor, la de Onetti la influencia de la geografía es gravitante, hecha acaso a la medida de sus expectativas, la que marcará su obra; ya que si bien nació en Montevideo, fue fuertemente atraído por la capital bonaerense, separándolos tan solo por el río de la Plata, ciudades a las que alternó por motivos de trabajo, además que fueron escenarios naturales para sus relatos iniciales, hasta que creó Santa María, su Ciudad. “yo quería estar en otro país, en otro lugar, que no fuera Buenos Aires ni Montevideo, porque (Santa María) es la mezcla de ambas cosas” dijo alguna vez.
Desde niño fue un lector voraz, se leyó todo Julio Verne además quedó fascinado con una novela gráfica, Fantomas, y cuando estuvo en Buenos Aires, además de estar en permanente contacto con Roberto Alt, descubrió la obra de su admirado William Faulkner, al leer por primera vez “Absalón, Absalón” la que la consideró tan buena que tuvo días en los que le “pareció inútil seguir escribiendo”. Onetti no solamente fue quien quedó impactado por el autor de “El sonido y la furia”, creador también de otra ciudad ficticia Yoknapatawa, sino también por casi todos los escritores del Boom, pero es evidente que en el Uruguayo fue quien lo comprendió a cabalidad, por su mismo temperamento y el estilo que inconciente perseguía. “La novia robada” es el calco fiel de “A rose for emily”.
Se casó hasta en cuatro oportunidades, tuvo hijos, entre ellos está Jorge Onetti, quien se haría un famoso escritor. La que le acompañó los últimos cuarenta años de su vida, fue la violinista Dorotea Muhr, o simplemente Dolly, “Ignorado perro de la dicha” extraña dedicatoria que le hace en su relato “La cara de la desgracia”. En alguna ocasión a Dolly le preguntaron: ¿Cómo fue vivir con Onetti? “Como hacerlo con alguien que a la vez vivía en otro mundo, el de la irrealidad, el de la literatura, el de la creación” sentenció.
Y es que Onetti, siempre estuvo en la frontera de la ficción, escribió para pocos, se dice que “El pozo” su primera novela, solo se vendieron cincuenta ejemplares a lo largo de veinte años. Aunque consideraba a “Los adioses” como su mejor novela, no obstante es con “La vida breve” que se ve a un Onetti en su plenitud como narrador, de una prosa densa, morosa, con frases extensas, de compleja lectura, y con técnicas manejadas con maestría, además que en esta novela se iniciaría con la saga de historias que ocurrirán en Santa María, hasta acabar en “Cuando ya no importe”, su último canto de cisne.
Escritor maldito, fumador empedernido, “el compadrito italiano” como le dijo Jorge Luís Borges, se autoexilió en Madrid en 1975, cuando España retornaba a la democracia; y desde entonces se aísla en su departamento, arrojándose a la cama hasta su muerte, como todo un privilegiado espectador de su decadencia, escribiendo sus últimas novelas, bebiendo wiski, y leyendo quizá el último aforismo de Cioran: “La soledad no te enseña a estar solo, sino a ser único.”
Existen muchas formas de abordar la vida de un escritor, la de Onetti la influencia de la geografía es gravitante, hecha acaso a la medida de sus expectativas, la que marcará su obra; ya que si bien nació en Montevideo, fue fuertemente atraído por la capital bonaerense, separándolos tan solo por el río de la Plata, ciudades a las que alternó por motivos de trabajo, además que fueron escenarios naturales para sus relatos iniciales, hasta que creó Santa María, su Ciudad. “yo quería estar en otro país, en otro lugar, que no fuera Buenos Aires ni Montevideo, porque (Santa María) es la mezcla de ambas cosas” dijo alguna vez.
Desde niño fue un lector voraz, se leyó todo Julio Verne además quedó fascinado con una novela gráfica, Fantomas, y cuando estuvo en Buenos Aires, además de estar en permanente contacto con Roberto Alt, descubrió la obra de su admirado William Faulkner, al leer por primera vez “Absalón, Absalón” la que la consideró tan buena que tuvo días en los que le “pareció inútil seguir escribiendo”. Onetti no solamente fue quien quedó impactado por el autor de “El sonido y la furia”, creador también de otra ciudad ficticia Yoknapatawa, sino también por casi todos los escritores del Boom, pero es evidente que en el Uruguayo fue quien lo comprendió a cabalidad, por su mismo temperamento y el estilo que inconciente perseguía. “La novia robada” es el calco fiel de “A rose for emily”.
Se casó hasta en cuatro oportunidades, tuvo hijos, entre ellos está Jorge Onetti, quien se haría un famoso escritor. La que le acompañó los últimos cuarenta años de su vida, fue la violinista Dorotea Muhr, o simplemente Dolly, “Ignorado perro de la dicha” extraña dedicatoria que le hace en su relato “La cara de la desgracia”. En alguna ocasión a Dolly le preguntaron: ¿Cómo fue vivir con Onetti? “Como hacerlo con alguien que a la vez vivía en otro mundo, el de la irrealidad, el de la literatura, el de la creación” sentenció.
Y es que Onetti, siempre estuvo en la frontera de la ficción, escribió para pocos, se dice que “El pozo” su primera novela, solo se vendieron cincuenta ejemplares a lo largo de veinte años. Aunque consideraba a “Los adioses” como su mejor novela, no obstante es con “La vida breve” que se ve a un Onetti en su plenitud como narrador, de una prosa densa, morosa, con frases extensas, de compleja lectura, y con técnicas manejadas con maestría, además que en esta novela se iniciaría con la saga de historias que ocurrirán en Santa María, hasta acabar en “Cuando ya no importe”, su último canto de cisne.
Escritor maldito, fumador empedernido, “el compadrito italiano” como le dijo Jorge Luís Borges, se autoexilió en Madrid en 1975, cuando España retornaba a la democracia; y desde entonces se aísla en su departamento, arrojándose a la cama hasta su muerte, como todo un privilegiado espectador de su decadencia, escribiendo sus últimas novelas, bebiendo wiski, y leyendo quizá el último aforismo de Cioran: “La soledad no te enseña a estar solo, sino a ser único.”