Vida de un transterrado llamado
Gonzalo Rojas


El domingo 21 de diciembre del 2008, el poeta chileno Gonzalo Rojas (Lebú – 1917), cumplió nada menos que noventa y un años, toda una vida dedicada al quehacer poético; este esfuerzo se está traduciendo en los importante premios y reconocimientos que está obteniendo desde que se inició con su carrera literaria, como el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (1992); el Premio Nacional de Literatura de su país (1992), así como también el Premio Cervantes (2003), el más importante galardón en lengua castellana. Sin lugar a dudas, es junto a Nicanor Parra, uno de las más fundamentales voces de la poesía chilena, que aún viven.


Hablar de la poesía de Gonzalo Rojas es hablar de un caso absolutamente excepcional, dentro de la gran gama de poetas chilenos surgidos a partir de las primeras décadas del siglo pasado, quienes estuvieron guiados bajo el magisterio de poetas como Pessoa Veliz, Vicente Huidobro, Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Pablo de Rokha. Es también de vital importancia mencionar la generación a la que perteneció, la del 38; ya que es en esta generación que aún estuvieron bajo los preceptos del surrealismo a modo de experimento, y que posteriormente fueron a parar hacia otros proyectos aún más audaces, tal es el caso del poeta de Lebú.
Podemos además señalar tres momentos importantes que definieron la posterior poesía chilena y su marcada influencia en Latinoamérica, y que Gonzalo Rojas sería uno de privilegiados en ser parte de estos cambios: (1)la publicación de la revista Mandrágora, en la que publicaban a poetas consagrados como Huidobro, y a jóvenes Gustavo Osorio y Jorge Cáceres; esto (2)desembocaría inevitablemente en la agrupación denominada “Los poetas de la claridad”, cuyo rasgo fundamental era su carácter antivanguardista, no obstante esta posición tendría su contraparte en “El Movimiento David” encabezado por Eduardo Anguita, quien acuño la expresión de “Moral poética”, proyecto que no se llegará a concretar, pero algo que se puede rescatar de este movimiento, fue su intención comenzar de la nada, de ese “vacío” como decía Anguita, para crear el estilo de objetos y de actos que funcionen orgánicamente, a semejanza del hombre incorporado y proyectado permanentemente, tanto en su consumación como en su acrecentamiento”. Algo de estás ideas marcarían al joven Gonzalo Rojas.
(3) Es en ese movimiento que tomarían contacto pleno con la poesía del francés Arthur Rimbaud, hasta elevarlo a la categoría de icono, por sus ideas sobre la forma de hacer poesía, “mediante el desarreglo de los sentidos” que tanto pregonaba el autor de Une saison en enfer, y que Rojas siguió a cabalidad en todos sus poemas. “…pero somos precoces/ eso sí que somos, muy precoces/ más Rimbaud a nuestra edad, ¿más?...” escribiría Rojas en el poema Rimbaud a manera de Homenaje. Y si se trata de homenajes, Rojas fue el que de algún modo tuvo su parnaso propio, plasmados en sus poemas, comenzando por su amado Vallejo, pasando por Huidobro, Hölderlin, Darío, Pound, Celan, éste último, con muchas afinidades al poeta chileno, al extremo de muchos lo comparan con el autor de Grill der Rede, quién escribió poemas tan lacerantes como frágiles. Caso aparte es la influencia decisiva del vate peruano Cesar Vallejo en la poética rojasiana, además de ser su “referente inmediato” como diría Marcelo Coddou, en varios niveles muy notorios como “obsesiones recurrentes, singularidades expresivas, la concepción misma de poetizar en direcciones varias”.
Porque hay algo en Vallejo lo que inquieta al chileno y lo resume en el poema Por vallejo: “ninguno fue tan hondo por la médulas vivas del origen/ ni nos habló en la música que decimos América/ porque éste únicamente sacó el ser de la piedra más oscura/ cuando nos vio la suerte debajo de las olas/ en la vacío de la mano”.
Porque Gonzalo Rojas, ha fascinado desde la publicación de su primer poemario, La miseria del hombre (1948), por la total desnudez que en sus poemas refleja, eso de lo que se refería Eduardo Anguita en cuanto al estilo del objeto y su semejanza con el hombre, y lo que para Enrique Lihn, quien dijo a raíz de la publicación de dicho poemario, fue una “explosión poética que no tuvo entonces, ni tiene ahora, un correlato crítico suficiente, una respuesta que asumiera ese desafío”, y que es ahí donde se notaba la ruptura de la realidad a la par de la ruptura con el lenguaje y, sin exagerar, con la tradición. “Acabo de publicar La miseria del hombre pero en realidad sé muy poco de la poesía” decía el poeta quién contaba con 31 años cuando publicó su primer trabajo; y tendrían que transcurrir dieciséis años más para que se animara a publicar su segundo poemario, Contra la muerte (1964), acaso su trabajo más importante, y que lo posteriores seguirían esa línea; “un libro ejemplar, hondo, lúcido (donde) huye del lenguaje enigmático (…) de las simulaciones de profundidad”, dice Alonso Calderón.
Y es que cada poema que leemos de este libro, es una lucha constante contra presencia insólita de la muerte, por lo demás improductiva; como irse agotando, dejándose caer en fragmentos; “me arranco las visiones y me arranco los ojos cada día que pasa. / No quiero ver ¡No puedo! ver morir a los hombres cada día. / Prefiero ser de piedra, estar oscuro, / a soportar el asco de ablandarme por dentro y sonreír/ a diestra y siniestra con tal de prosperar en mi negocio”.
El proceso la publicación de los poemarios son en realidad, procesos largos, en donde el autor asume su batalla con el lenguaje, de un periodo en donde se despoja de todo lo inútil y que no distraiga la atención del lector, de ponerlo en un estado de tensión completa, no dejándolo respirar hasta que el poeta lo desee, aunque tenga que modificar sus poemas y proporcionarle otros tonos, otros ritmos, para cumplir con su cometido, incluso dentro del mismo poema, por ello se explica las tantas versiones de un solo poema, siendo así registro de sus cambios de ánimo y actitud frente a un mundo también cambiante.
Otro de los puntos calves de su vida, y que se refleja en su poesía, es su condición de exiliado, que es un “duro oficio del exilio” en palabras del poeta turco Nazim Hikmet; “oficio” que optaría cuando el golpe militar de 1973, bajo el mando del general Pinochet, lo sorprendió, cuando entonces ejercía como encargado de negocios en La Habana. Rojas no tuvo más opción que abandonar la patria de Lezama Lima, pese a ello, Rojas, suelto de huesos dijo: “no sufrí en el exilio”, porque de alguna manera ya estaba viviendo su exilio dentro de su patria, que para él fue una especia de “intraexilio”.
De esa experiencia vivida en todos esos años de largo silencio, escribió Transtierro (1979), termino, en realidad, acuñado por el filósofo español José Gaos, como sinónimo de “transplante humano”, del cambio natural de una tierra a otra. “miro el aire en el aire, pasarán/ estos años cuántos de viento sucio/ debajo del párpado cuántos del exilio, / comeré tierra/ de la tierra bajo las tablas/ del cementerio, me haré ojo, / oleaje me haré”.
Gonzalo Rojas cumplirá 91 años, sigue escribiendo y sigue viviendo en esa patria libre que es la poesía; este año estuvo presente en la XIII Feria Internacional del Libro de Lima para reencontrarse con sus incondicionales seguidores peruanos. Entre sus principales poemarios, además de los señalados, se encuentran: Oscuro (1977), El alumbrado (1986), Materia de testamento (publicado en 1988, de gran circulación en América Latina, España y Estados Unidos), Río turbio (1996), Del ocio sagrado (2002), Las silabas (2006) y Del agua, que publicó el año anterior. Por todo eso, es incalculable la gran influencia que sigue ejerciendo el poeta en los jóvenes poetas, porque también sigue más vigente que nunca, porque su palabra sigue viva, y aún no concluye. Como parafraseando uno de sus versos podemos decir que “ya todo estaba escrito cuando Gonzalo Rojas dijo: todavía”.