Onetti y Vargas Llosa
Entre los senderos de la ficción y la realidad





El año pasado el reconocido escritor Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) publicó “El viaje a la ficción, el mundo de Juan Carlos Onetti” (Alfaguara), donde analizaba la obra de uno de los iniciadores de la narrativa moderna en Latinoamérica. Asimismo este libro no hacía más que certificar la gran admiración que sentía el escritor peruano por el autor de “La vida breve”.

Cuenta la leyenda, que en una conversación improvisada, sucedida en San Francisco (EE.UU.), entre Vargas LLosa y Onetti, el autor de “Conversación en La Catedral” le recriminaba su manera de anárquica de trabajar sus escritos, a lo que el escritor uruguayo le respondió: “mira Mario, lo que pasa, es que tú con la literatura tienes una relación conyugal, tienes que cumplirle de tal hora a tal hora, y para mí es una relación con una amante, cuando tengo deseos de escribir, entonces escribo”.
Esta anécdota graficaba muy bien el carácter arrebatado de Onetti al momento de escribir, en comparación de Vargas Llosa a quien, como fiel discípulo de Flaubert, se le conoce su obsesiva disciplina al momento de trabajar sus novelas, y esto se traduce en sus escritos, para bien de la búsqueda de un equilibrio y un orden en su mundo ficticio porque “me da como una confianza y una seguridad que la vida no me da” dijo alguna vez MVLL, coincidiendo con lo que decía Vila-Matas que “escribir es corregir la vida”.
En cambio el estilo de Onetti, refleja un mundo donde muestra la condición humana y lo más retorcido de su naturaleza, cuya retórica, señala MVLL “diluye lo contado y da un aire artificial, enrarecido e inasible a unos hechos que cuesta trabajo detectar esas madejas de imágenes, reflexiones, repeticiones incesantes en las que el narrador parece extraviarse, olvidado de lo que contaba”, es decir, su lenguaje es funcional, puesto al servicio de la historia, donde nos es complicado diferenciar entre la realidad y la ficción.
Es quizá, esas dos intrincadas divergencias, lo que tanto han atraído al autor de “La ciudad de los perros” de la narrativa del Uruguayo, premio Cervantes en 1980, y la manera de cómo éste hace de sus historias una especie de tratado de la “metaficción”, vale anotar que lo que cuenta no es más que el proceso de cómo una historia se va gestando con sus aciertos y desaciertos, como en “La vida breve” Juan María Brausen, crea Santa Maria, una ciudad imaginaria (no Onetti), o en “Un sueño realizado”, donde unos actores recrean el sueño de una mujer que finalmente muere.
No es la primera vez que Mario Vargas Llosa se ocupa ampliamente de un escritor; como se sabe, lo hizo con García Márquez (“García Márquez, historia de un deicidio”), Gustav Flaubert (La orgía perpetua: Flaubert y «Madame Bovary») y Víctor Hugo (La tentación de lo imposible), no obstante, es en “La verdad de las mentiras” (1990), donde en el prólogo realiza un acercamiento concienzudo sobre su experiencia con la ficción, donde sostiene que es “un arte de sociedades donde la fe experimenta alguna crisis, donde hace falta creer en algo, donde la visión unitaria, confiada y absoluta ha sido sustituida por una visión resquebrajada y una incertidumbre creciente sobre el mundo en que se vive y el trasmundo.”
De ahí que los personajes de Mario Vargas Llosa están orientados hacia la búsqueda alguna utopía (Paúl Gauguin y Flora Tristán en “El Paraíso en la otra esquina”), así sea amparándose en personajes mesiánicos (los canudos ponen toda su fe en el Consejero en “La guerra del fin del mundo”), todas estas ficciones, dice MVLL, con el fin de estimular el deseo de libertad. En cambio, en las ficciones del escritor uruguayo, fallecido en 1994, sus personajes huyen de la realidad, pero no menos peores que ésta, porque no les queda otra opción frente una vida sin aristas, chata en expectativas de un cambio que los saque de su pesimismo que finalmente los arroja hacia el fatalismo más crudo.
Pese a todas estas marcadas diferencias entre ambos escritores, también queda espacio para señalar algunos puntos coincidentes, como la admiración que ambos tuvieron por el escritor norteamericano William Faulkner (acaso uno más que otro), el manejo diestro de las más sofisticadas técnicas narrativas, y por último ambos fueron los iniciadores de la narrativa urbana en sus respectivos países, cuando todavía predominaba las literaturas decimonónicas y de cortes costumbristas.

Lo que MVLL dijo de Onetti
“Onetti fue el primer novelista de lengua española moderno, el primero en romper con las técnicas ya agotadas del realismo naturalista, con su estilo sentimental, amanerado y lleno de resabios románticos y truculentos, el primero en utilizar un lenguaje propio, elaborado a partir del habla de la calle, un lenguaje actual y funcional, que no creaba esas cesuras típicas de la literatura costumbrista entre vida espontánea y estilo ampuloso y libresco, que construía sus historias utilizando técnicas de vanguardia como el monólogo interior, las mudas de narrador, los juegos con el tiempo.”
Las tonadas de Don Aurelio Beltrán



“Valle de ilusiones, vida artístico musical del compositor Aurelio Paulino Beltrán Chamorro (1894 – 1978)”; William Ulises Beltrán Silva, edición del autor, Huancayo, 2008.

Es innegable que la zona central de país, sobre todo el valle del Mantaro, ha sido la cuna para el surgimiento de grandes hombres, con una enorme sensibilidad, expresada en la música, ya sea porque esta parte del país, fue dotado de un amplio repertorio de paisajes y de una rica tradición, arraigadas fuertemente a nuestro pasado.
Hombres como el recientemente fallecido Zenobio Dagha, quien para muchos modernizó el waylasrh, así como los músicos Sabino Blancas y Esteban Palacios, quienes hicieron lo propio con la jija, también no olvidemos a Blas Mosquera Chipana, Augusto Lizárraga, Pedro Macucachi, Tiburcio Mallaupoma, entre otros grandes propulsores de la música folclórica de nuestro valle, quienes abrieron una brecha entre lo que se conoce como lo antiguo y moderno con sus novedosos aportes.
Y si de innovaciones musicales se trata, es importante mencionar a don Aurelio Paulino Beltrán Chamorro (Masma, 1894 – Huancayo, 1978), músico y compositor, quien dio variedad y forma, a lo que hoy por hoy se le conoce como el carnaval jaujino. Una vida dedicada a la difusión de la música andina, que fuera rescatado a manera de biografía, en “Valle de ilusiones” escrito por su nieto William Ulises Beltrán Silva (Huancayo, 1978), también músico y actualmente director la orquesta Super Sensación del Perú.
Este libro es un importante documento, que recoge desde los primeros años de la vida del compositor masmeño, fundador de la legendaria orquesta típica “La musa jaujina”; también este documento biográfico nos da pie a que nos enteremos de la evolución musical que por ese entonces se estaba gestando, de manos del autor del famoso huayno “Caminito de Huancayo” y “Entrada a Paca” que son parte de las más 200 composiciones entre mulizas, valses, marineras, carnavales, entre otros generos musicales, que escribió.
De ahí la importancia de “Valle de ilusiones” libro de corte biográfico, género raras veces cultivado en nuestro medio, dedicado a manera de homenaje a un compositor que dedicó toda su vida a la música, y sobre todo a que se preserve en la memoria colectiva de un pueblo, que seguramente lo recuerda cada vez que escucha una de las tantas inmortales composiciones que dio vida.
“Rima Coyllur” y la nueva expresión del arte joven

Cuando los muros hablan





Cuenta la historia que hace un año, unos cinco muchachos, apostados en la ciudad de Huancayo, deambulando por sus angostas calles, que cada vez más se van asemejando al centro de Lima, una vez vieron cómo un extenso muro de la antigua Estación de Ferrocarril, en la avenida Giráldes, se iba deteriorando poco a poco, además de que lo iban destruyendo, con el pretexto de dar paso al ansiado “desarrollo comercial” que todo lo devora; no obstante ellos se sintieron muy indignados, “¿Porqué? Si es un simple muro”, preguntaba algún despistado; lo que pasa es que en este muro estaba plasmado prácticamente toda la vida de un pueblo desde sus inicios hasta mostrarnos una visión futurista de lo que seríamos a aquí a unos siglos. El autor de tal hazaña: Josué Sánchez. El de los murales de Santa Rosa de Ocopa y de San Jerónimo de Tunán.
¿Y quienes eran aquellos chicos, de mirada indignada, y la vez desafiante cada vez que el mural de señor Sánchez iba siendo, además, cubierto con pintas de mal gusto hecho con algún sprice barato y también de avisos de fiestas chicha de los que se realizan en Manufacturas del Centro? Sus nombres: Alan Espinoza Astete, Rafael Gabriel Vasquez Ninahuaman, José Carlos Pacheco Peña, Luís Armando Brañes Huaman y Leo Landeo Mendoza; todos ellos no pasan de los veinticinco años; tres de ellos estudiantes del Instituto Continental en la Carrera de Diseño Gráfico.
Hace un año se juntaron para formar el colectivo “Rima Coyllur” que en castellano significa “Habla lunar”, nombre muy sugerente, pero que a la vez nos dice de sus estilos que chocan con el surrealismo pero acercados a una intensa búsqueda de su identidad, expresados en diversas expresiones artísticas, entre ellos, el arte plástico, sobre todo en lo que ellos llaman “Graffo –murales” que no es más una forma más elaborada de hacer graffitis en los muros, así sea de barro o de ladrillo, empleando, además del convencional sprice, el acrílico, esmalte, o algún elemento que pinte y que sea al alcance de sus bolsillos, ya que carecen de todo tipo de apoyo.
“El graffiti es un libro urbano” nos dice Rafael con la mirada puesta en una de sus creaciones, ubicado entre los jirones Conquistadores y Chavín en el distrito de El Tambo, y que hoy por hoy se ha convertido en una suerte de galería a la intemperie donde se puede apreciar a un gran ser amorfo, que pide a gritos ¡Cultura!, así como también un enorme ojo que todo lo mira, rodeado de algunos elementos de la naturaleza, como si reclamara que le prestemos más atención a la naturaleza que cada vez se va contaminando; otro de los dibujos que nos roban la mirada es un gran león que sostiene una bandera Etiope, que es la fuerte influencia que está teniendo la cultura rastafari en esta parte del país.
¿Por qué el muro y no el lienzo? Preguntamos, “porque el lienzo es muy restringido, y además porque nuestro arte es para el pueblo, y no para círculos cerrados” nos dice Luís con total firmeza, y nos hace pensar que lo que vemos en frente nuestro, efectivamente, es la nueva expresión de lo que hacen los jóvenes en una ciudad como la nuestra, al igual que otras ciudades como Lima, donde anualmente, gracias al Centro Cultural de España, se organiza un concurso de graffitis, y donde hay una fuerte corriente de expresión con grupos como DMJC (Dedos Manchados en la Jungla de Cemento) y “Callao Cartel” entre los más conocidos, y que han hecho de las barriadas de la vieja Lima, un lugar de reflexión a cada paso que damos; “mostramos lo que sentimos y lo que hay en Huancayo, además damos un mensaje de paz, contra la drogadicción, el pandillaje” nos dice Alan, con cierta esperanza que lo que están haciendo pueda ayudar a ver de distinta forma nuestro mundo.
Vida de un transterrado llamado
Gonzalo Rojas


El domingo 21 de diciembre del 2008, el poeta chileno Gonzalo Rojas (Lebú – 1917), cumplió nada menos que noventa y un años, toda una vida dedicada al quehacer poético; este esfuerzo se está traduciendo en los importante premios y reconocimientos que está obteniendo desde que se inició con su carrera literaria, como el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (1992); el Premio Nacional de Literatura de su país (1992), así como también el Premio Cervantes (2003), el más importante galardón en lengua castellana. Sin lugar a dudas, es junto a Nicanor Parra, uno de las más fundamentales voces de la poesía chilena, que aún viven.


Hablar de la poesía de Gonzalo Rojas es hablar de un caso absolutamente excepcional, dentro de la gran gama de poetas chilenos surgidos a partir de las primeras décadas del siglo pasado, quienes estuvieron guiados bajo el magisterio de poetas como Pessoa Veliz, Vicente Huidobro, Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Pablo de Rokha. Es también de vital importancia mencionar la generación a la que perteneció, la del 38; ya que es en esta generación que aún estuvieron bajo los preceptos del surrealismo a modo de experimento, y que posteriormente fueron a parar hacia otros proyectos aún más audaces, tal es el caso del poeta de Lebú.
Podemos además señalar tres momentos importantes que definieron la posterior poesía chilena y su marcada influencia en Latinoamérica, y que Gonzalo Rojas sería uno de privilegiados en ser parte de estos cambios: (1)la publicación de la revista Mandrágora, en la que publicaban a poetas consagrados como Huidobro, y a jóvenes Gustavo Osorio y Jorge Cáceres; esto (2)desembocaría inevitablemente en la agrupación denominada “Los poetas de la claridad”, cuyo rasgo fundamental era su carácter antivanguardista, no obstante esta posición tendría su contraparte en “El Movimiento David” encabezado por Eduardo Anguita, quien acuño la expresión de “Moral poética”, proyecto que no se llegará a concretar, pero algo que se puede rescatar de este movimiento, fue su intención comenzar de la nada, de ese “vacío” como decía Anguita, para crear el estilo de objetos y de actos que funcionen orgánicamente, a semejanza del hombre incorporado y proyectado permanentemente, tanto en su consumación como en su acrecentamiento”. Algo de estás ideas marcarían al joven Gonzalo Rojas.
(3) Es en ese movimiento que tomarían contacto pleno con la poesía del francés Arthur Rimbaud, hasta elevarlo a la categoría de icono, por sus ideas sobre la forma de hacer poesía, “mediante el desarreglo de los sentidos” que tanto pregonaba el autor de Une saison en enfer, y que Rojas siguió a cabalidad en todos sus poemas. “…pero somos precoces/ eso sí que somos, muy precoces/ más Rimbaud a nuestra edad, ¿más?...” escribiría Rojas en el poema Rimbaud a manera de Homenaje. Y si se trata de homenajes, Rojas fue el que de algún modo tuvo su parnaso propio, plasmados en sus poemas, comenzando por su amado Vallejo, pasando por Huidobro, Hölderlin, Darío, Pound, Celan, éste último, con muchas afinidades al poeta chileno, al extremo de muchos lo comparan con el autor de Grill der Rede, quién escribió poemas tan lacerantes como frágiles. Caso aparte es la influencia decisiva del vate peruano Cesar Vallejo en la poética rojasiana, además de ser su “referente inmediato” como diría Marcelo Coddou, en varios niveles muy notorios como “obsesiones recurrentes, singularidades expresivas, la concepción misma de poetizar en direcciones varias”.
Porque hay algo en Vallejo lo que inquieta al chileno y lo resume en el poema Por vallejo: “ninguno fue tan hondo por la médulas vivas del origen/ ni nos habló en la música que decimos América/ porque éste únicamente sacó el ser de la piedra más oscura/ cuando nos vio la suerte debajo de las olas/ en la vacío de la mano”.
Porque Gonzalo Rojas, ha fascinado desde la publicación de su primer poemario, La miseria del hombre (1948), por la total desnudez que en sus poemas refleja, eso de lo que se refería Eduardo Anguita en cuanto al estilo del objeto y su semejanza con el hombre, y lo que para Enrique Lihn, quien dijo a raíz de la publicación de dicho poemario, fue una “explosión poética que no tuvo entonces, ni tiene ahora, un correlato crítico suficiente, una respuesta que asumiera ese desafío”, y que es ahí donde se notaba la ruptura de la realidad a la par de la ruptura con el lenguaje y, sin exagerar, con la tradición. “Acabo de publicar La miseria del hombre pero en realidad sé muy poco de la poesía” decía el poeta quién contaba con 31 años cuando publicó su primer trabajo; y tendrían que transcurrir dieciséis años más para que se animara a publicar su segundo poemario, Contra la muerte (1964), acaso su trabajo más importante, y que lo posteriores seguirían esa línea; “un libro ejemplar, hondo, lúcido (donde) huye del lenguaje enigmático (…) de las simulaciones de profundidad”, dice Alonso Calderón.
Y es que cada poema que leemos de este libro, es una lucha constante contra presencia insólita de la muerte, por lo demás improductiva; como irse agotando, dejándose caer en fragmentos; “me arranco las visiones y me arranco los ojos cada día que pasa. / No quiero ver ¡No puedo! ver morir a los hombres cada día. / Prefiero ser de piedra, estar oscuro, / a soportar el asco de ablandarme por dentro y sonreír/ a diestra y siniestra con tal de prosperar en mi negocio”.
El proceso la publicación de los poemarios son en realidad, procesos largos, en donde el autor asume su batalla con el lenguaje, de un periodo en donde se despoja de todo lo inútil y que no distraiga la atención del lector, de ponerlo en un estado de tensión completa, no dejándolo respirar hasta que el poeta lo desee, aunque tenga que modificar sus poemas y proporcionarle otros tonos, otros ritmos, para cumplir con su cometido, incluso dentro del mismo poema, por ello se explica las tantas versiones de un solo poema, siendo así registro de sus cambios de ánimo y actitud frente a un mundo también cambiante.
Otro de los puntos calves de su vida, y que se refleja en su poesía, es su condición de exiliado, que es un “duro oficio del exilio” en palabras del poeta turco Nazim Hikmet; “oficio” que optaría cuando el golpe militar de 1973, bajo el mando del general Pinochet, lo sorprendió, cuando entonces ejercía como encargado de negocios en La Habana. Rojas no tuvo más opción que abandonar la patria de Lezama Lima, pese a ello, Rojas, suelto de huesos dijo: “no sufrí en el exilio”, porque de alguna manera ya estaba viviendo su exilio dentro de su patria, que para él fue una especia de “intraexilio”.
De esa experiencia vivida en todos esos años de largo silencio, escribió Transtierro (1979), termino, en realidad, acuñado por el filósofo español José Gaos, como sinónimo de “transplante humano”, del cambio natural de una tierra a otra. “miro el aire en el aire, pasarán/ estos años cuántos de viento sucio/ debajo del párpado cuántos del exilio, / comeré tierra/ de la tierra bajo las tablas/ del cementerio, me haré ojo, / oleaje me haré”.
Gonzalo Rojas cumplirá 91 años, sigue escribiendo y sigue viviendo en esa patria libre que es la poesía; este año estuvo presente en la XIII Feria Internacional del Libro de Lima para reencontrarse con sus incondicionales seguidores peruanos. Entre sus principales poemarios, además de los señalados, se encuentran: Oscuro (1977), El alumbrado (1986), Materia de testamento (publicado en 1988, de gran circulación en América Latina, España y Estados Unidos), Río turbio (1996), Del ocio sagrado (2002), Las silabas (2006) y Del agua, que publicó el año anterior. Por todo eso, es incalculable la gran influencia que sigue ejerciendo el poeta en los jóvenes poetas, porque también sigue más vigente que nunca, porque su palabra sigue viva, y aún no concluye. Como parafraseando uno de sus versos podemos decir que “ya todo estaba escrito cuando Gonzalo Rojas dijo: todavía”.
“Arguedas es un escritor absolutamente excepcional, y no solo en el Perú sino fuera de este país”






El profesor Martin Lienhard (Suiza, 1946) es uno de los investigadores más importantes sobre la literatura latinoamericana, sobre todo de los sectores indígenas y afroamericanas; es por ello que sé llegó interesar por la obra de José María Arguedas, al cual es el principal es su estudioso, fuera del país. Estuvo fugazmente por Huancayo, en el que, entre otras actividades, presentó su último libro: Disidentes, rebeldes, insurgentes. Resistencia indígena y negra en América Latina. Ensayos de historia testimonial.


¿Cuál fue el inicio con el estudio de José María Arguedas?
Nos es fácil de explicar. Yo descubrí en Ginebra, donde yo vivía en aquel momento, en una librería de de libros viejos, “Yawar fiesta” leí ese libro y me fascinó, ¿Por qué? Creo que tiene que ver con muchas cosas; quizás el tipo de realismo bastante impactante y novedoso; obviamente el hecho de que se habla del enfrentamiento entre la modernidad lo tradicional, que me interesaba desde aquella época, y el tratamiento del lenguaje.


¿Cree que Arguedas tiene más valía que el mismo Ciro Alegría?
Yo creo que como escritor, Arguedas es obviamente mucho más importante que Ciro Alegría, y no tanto por que habló mejor, o describió mejor la vida indígena; esto yo no lo sé, sino simplemente como escritor es mucho menos convencional; Arguedas es un escritor es absolutamente excepcional, y no solo en el Perú sino fuera de este país. Ciro alegría creo que es buen escritor, pero más previsible.

Para conocer América Latina usted menciona a tres escritores fundamentales, Juan Rulfo, José María Arguedas y Augusto Roa Bastos. ¿Qué puntos de coincidencia se pueden encontrar en estos escritores?
Lo que tienen en común los textos de estos tres escritores, da la impresión que en el fondo hay un solo escritor. En cada caso son escritores muy sofisticados, muy modernos de vanguardia, pero que de alguna manera están apoyando con sus relatos sobre algo como lo que, Roa Bastos llamaba “la trastierra”, el interior de un país, esos lugares del país donde viven poblaciones arcaicas, tradicionales, campesinas. Y luego también en cada uno de sus casos parece que de alguna manera se trabaja también sobre el conflicto cultural entre sectores indígenas o no indígenas pero tradicionales, y otros sectores criollos, más modernos. Ese conflicto de alguna manera sigue existiendo en muchos lugares, por no decir en cualquier parte de América latina, por lo menos en algunas regiones.


¿Qué papel tiene fundamental tiene la etnoficción para tus investigaciones?
Para mí, etnoficción es un tipo de ficción que pretende provenir como del interior de una cultura de esas que llaman, étnicas, puede ser una cultura indígena o negra, pero que en el fondo no viene realmente del interior de esas culturas, sino que hay escritor de manera bastante artificial introduce elementos que luego al final dan al lector la impresión que ese texto proviene directamente como del vientre de una cultura arcaica. Y un escritor que yo menciono en ese contexto es Miguel Ángel Asturias, y también Arguedas, creo que en Arguedas puede haber también cierto artificio, pero también creo hay un cercanía real al mundo andino. En el caso de Asturias eso pasa a través de las lecturas que el hizo de texto prehispánicos.


¿A qué se debe su interés a estar inmerso dentro de temas propios de los estudios subalternos?
Creo que es lógico es interesarse en los llamados subalternos, porque finalmente estamos hablando de los sectores explotados, oprimidos como se decía anteriormente y que estos sectores, son los que necesitan atención, no porque sean el problema, sino que el problema es el sistema, pero de alguna manera ellos son quienes que no tienen voz generalmente, ni acceso ni a los medios de comunicación, por lo tanto son los que se conocen menos, entonces me parece lógico, por lo menos desde la perspectiva de un intelectual no conformista, interesarse en estos sectores.


¿Cuáles son sus próximos proyectos?
Seguiré trabajando, como historiador, a partir de archivos sobre historias de rebeldía negra principalmente y también indígena posiblemente. Pero también estoy en otros asuntos, como escribir cine sobre todo el latinoamericano, y ahí me interesa la cuestión de lo que se llama neorrealismo, y en general del realismo.




Publicaciones del 2008 en la región central Ciudad letrada

















Entre las novelas publicadas tenemos a: “Esperanza” (edición del autor), de Norma Gálvez Abarca, segunda novela de la escritora huanuqueña, que radica actualmente en Lima, esta historia mantiene un trasfondo sociopolítico, donde una mujer lucha por conseguir sus sueños. “La casita de cedrón” (edición del autor), de José Oregón Morales, es la primera novela del escritor de Huancavelicano, donde hace un giro inesperado de su registro, además que es una novela de corte biográfico (relata parte de la vida de Carmela Morales, su madre). “La ninfa del Jericó 941” (San Marcos) de Alberto Chavarría Muñoz, es la novela que marcó el debut literario del escritor de cuarenta y nueve años, cuyas propuestas temáticas se emparientan con el realismo sucio. Dio mucho que hablar.
Mientras que en el cuento tenemos a: “Crónica de amores furtivos” (San Marcos) de Sandro Bossio Suárez, recientemente publicado, luego de seis años de abstinencia; como se sabe Bossio publicó su novela “El llanto en las tinieblas” en el 2002, pero en esta oportunidad reúne sus cuentos, la mayor parte de ellos antes inéditos, que fueron elogiados por la crítica. “Celaje de cuentos” (Puntocom) de Raúl Baldoceda Tenicela, con este libro, el ingeniero minero y docente de física, hace su ingreso auspicioso a nuestra literatura, habiendo sorprendido a muchos por sus memorables historias. “La lluvia y el río” (edición del autor) de Alberto Chavarría Muñoz, quien luego de pocos meses de habar publicado su novela (La ninfa del Jericó 941), este libro de cuentos no hace más que avalar su intenso trabajo literario después de décadas de silencio, y que aún está en proceso de formación de su estilo. “Reconciliación / Extraña justicia” (Circe editores) de Ernesto Ramos Berrospi, quien últimamente está incursionado en el relato, y publicando frecuentemente, puesto que son más que la ampliación de sus cuentos reunidos en “Cuentos amargos”. “El vuelo de la paloma” (Puntocom) de Consuelo Arriola Jorge; libro elogiado por la mismísima Carmen Ollé; un debut que todos esperábamos, puesto que algunos de sus trabajos fueron galardonados en concursos literarios como el organizado por el suplemento cultural “Solo 4”. Otros libros de cuentos que no debemos dejar de mencionar están “Orejas al redil” (Fondo Editorial de la Universidad Continental) de Giannina Sovero Lazo y Ronald Santana Sovero; “Panrarán Yacu” (CEDIN ediciones), de Anthony Lizardo Romero Chávez y “La cabrita glotona y otros cuentos” (Ramada del búho editores) de Cirilo López Gutiérrez. Mención aparte es el último número de la revista Cascadas (número 16) que publicó ocho cuentos inéditos del desaparecido Julio Cesar Alfaro Gilvonio, donde muestra todos sus dotes como narrador, y más tratándose del autor de del entrañable “Prestadito nomás”.
En cuanto a los poemarios tenemos a “Esencia de vida” (Segras), de María Delfina Santana Guevara, poemario que abre paso a la madurez de la poetiza, quien a sus cincuenta y nueve años, los poemas le sirven de reflexión sobre los aspectos que abarcan la vida de un hombre. “Ceremonia del retorno” (Lord Byron editores), de Gerson Paredes Coz; diez años tuvieron que pasar para que el poeta huancaíno, radicado en Lima, publicara su tercer libro, y donde ahonda con más firmeza la cosmología Wanka. Gallo gallito gallo galló (Edición del autor) de Arturo Concepción Cucho, plaqueta de poemas dirigido a un público infantil, no obstante su falta de pericia en este campo hace de este un poemario que no convence. Sueños y confesiones (Ediciones Alfa), de Rocío del Pilar Andrade Reynoso, natural de la provincia de Yauli La Oroya, en este primigenio poemario, la autora impone sus arrebatos sentimentales para construir poemas directos, sin tomar en cuenta el riguroso trabajo poético que esto implica. Aya Taki (Edición del autor) de Hugo Velasco Flores, primer poemario de este joven poeta, donde establece conexiones con su pasado, a través de la cosmología andina, con un lenguaje que aún no encuentra un puerto seguro.
Es evidente que el flujo de publicaciones en el 2008 ha tenido una ligera variación con respecto a los otros años anteriores, debido principalmente, a la aparición de editoriales como Puntocom, impulsado por el escritor Nicolás Matayoshi; Naokim editores, del escritor Abel Montes de Oca entre otros; asimismo por el creciente número de imprentas que hay en la cuidad, pero lo más resaltante es que hay un público cada vez mayor que está habido de leer libros que den cuenta de su realidad y de entusiastas escritores que están aptos para mostrarla.
A 80 años de la aparición de “Cántico
Guillén, el poeta de la esperanza



En diciembre de 1928, se editaría en La revista de occidente, la primera versión de “Cántico”, cuyo autor era hasta entonces un perfecto desconocido en la lírica española de esa época: Jorge Guillén (Valladolid, 1893 - Málaga, 1984), no obstante esta colección de poemas le bastó para obtener el reconocimiento unánime de los poetas de la llamada Generación del 27.


Tenía treinta y cinco años cuando publicó “Cántico”, edad que se justificaba con tamaña empresa que había emprendido hace más de diez años, cuyos logros son indiscutibles en el campo poético; pero esto no quiere decir que su carrera literaria se había iniciado estrictamente por estos años, sino por el contrario, Guillen era ya un respetado crítico literario, que publicaba en revistas especializadas como el Norte de Castilla, Hispania (París), España, Índice y Pluma; donde estudiaba a diversos poetas, como Mallarmé, Jules Supervielle, Juan Ramón Jiménez, Rubén Darío, Anatole France y Góngora, (este último fue objeto de estudio para su tesis doctoral.) entre otros, que sintonizaban con su espíritu y sus inquietudes poéticas.
Se ha hablado mucho sobre la poesía de Guillén, principalmente de estar inmerso dentro de los parámetros de la “poesía pura” más extrema. Lo cierto es que Guillen, desde un inicio aceptó ser partidario de la poesía pura ma non troppo (pero no demasiado), puesto que para el autor de Clamor la poesía de este tipo era “matemática y química”, por lo que su temperamento no podía aceptar un poema tan maquinal sino que compartiera el fulgor que producen las cosas del “mundo” que en sus palabras estaba “bien hecho”. Así mismo fue su admirado Paúl Valery quien definió muy bien lo que es en realidad poesía pura como “todo lo que permanece en el poema después de haber eliminado todo lo que no es poesía”.
Jorge Guillén conoció al autor de “Charmes” en París hacia 1922, cuando por entonces trabajaba como lector de la Sorbona; ambos ciertamente rendían un culto al simbolista francés Stephane Mallarmé, por lo de su aspiración a llegar al “Le livre”, al “poema integral”; asimismo por la elevación del tema y el rigor del estilo que ambos ejercían, donde la inspiración era solo una invención romántica, cuando a cambio se hablaba de la conciencia poética. Es más, fue el mismo Guillén, quien introdujo a Valery a los círculos literarios de España difundiendo su poesía, mediante la magnifica traducción que realizó, en 1930, del Cimetière marin (Cementerio marino), a modo de homenaje al ultimo heredero directo de la mejor tradición simbolista.
El rigor casi religioso que le profesaba al quehacer poético, adjuntado a la conciencia poética, y su idea de que la poesía en esencia un “símbolo de esperanza”, desembocó inéditamente en la escritura de “Cántico”, que en su primera edición estuvo conformado por setenta y cinco poemas, distribuidos en siete secciones sin titulo, donde posteriormente tendría tres versiones más, la de 1936 (126 poemas), la de 1945 (270 poemas), y la 1950 (334 poemas), que es la versión definitiva; y que llegó a formar parte de otro gran proyecto, titulado Aire nuestro, que cierra una trilogía con dos trabajos más: Clamor y Homenaje.
Dedicado a su amigo entrañable Pedro Salinas, Cántico tiene su correlato con otras obras de igual envergadura, que son un testimonio de su tiempo, tal es caso de The waste land, de T.S. Eliot, pero si bien Eliot nos da una visión pesimista de un mundo fragmentado luego del impacto de la Primera Guerra Mundial, Cántico es uno de los pocos intentos de oponerse al nihilismo imperante en la mayoría de obras, porque como han coincidido la mayoría de críticos, no más que “la afirmación de la vida”, una celebración de los elementos ordenación y en perfecto estado de los elementos de la naturaleza, donde el hombre está en contacto vital con lo que lo rodea, en un movimiento armónico. “¡Oh perfección: dependo del total más allá,/ dependo de las cosas!/¡sin mí son y ya están/ proponiendo un volumen/ que ni sonó la mano,/feliz de resolver/una sorpresa en acto!”.